“
Con el aperitivo repugnante (de los periódicos) el hombre civilizado riega su comida matutina”
Baudelaire
“¿Podemos
sacar a nuestro hombre ensangrentado a pasear al parque..?
Ángel
Hernández
Aproximación al
interior de una ballena es una máquina lacónica que atestigua el devenir de la impotencia en cinismo
poético adentro de una sociedad imposible de vivir. Ahí la única justicia es la
libertad de transgredir el hartazgo de su sordidez con un ojo lírico: en esa
mirada la desmesura toca su extremo para revertir la imaginería de la sangre en
existencias secas, concisas, indolentes y paisajes níveos.
Paisajes nublados que indeterminan la coordenada del sufrimiento. No hay
una cartografía para el dolor: su territorio puede llamarse melancolía suicida
de país nórdico, vacío existencial de autopista norteamericana o avenida-matadero
con hoteles sucios de algún puerto que ha extraviado toda gobernabilidad.
Ángel
Hernández es un poeta escénico que hace de su sensibilidad una nave de
salvamento, capaz de rastrear lo “bello horroroso” refugiado en el ejercicio de
lo despiadado, para así llegar a dialogar sin arder de forma visible sobre la
historia de la sangre y transformar en una poética espectral, las
precipitaciones de la furia.
La
mirada del que ha escrito este libro construye en él un colapso de la brújula (la decadencia de una comunidad es
equivalente a otras decadencias del mundo) ante la urgencia de interpelar la
noción de humanidad en tiempos de guerra, una interpelación que como en una
operación alquímica decanta el estado de shock
del melodrama en mordaces versos que ríen como Pierrot, para no llorar.
No
es que los habitantes de la sociedad imposible trazada por su autor intelectual
como un vivarium u observatorio de
los despliegues de la anomalía, no padezcan la violencia, sino que al nacer
inmersos en ella han retorcido su prototipo bajo el amparo del sarcasmo para
sobrevivirla y aprender también a
observarla como quien estudia la vida desde un mirador.
Adentro
de ese mirador sus especimenes interactúan y conviven con la imposibilidad
civil a la vez que se distancian para descubrirse a sí mismos como personajes
que responden y se relacionan en ese marco sin tiempo; y al verse descubiertos
relatarse, atestiguarse en un anhelo herido de autoafirmación.
Ahí, bajo el auspicio y
lógica del cinismo poético las prioridades se desplazan. A un soldado herido le
importa más que su sopa esté limpia de las gotas de su sangre que él mismo
desangrarse. Las convenciones convulsionan y una adolescente se deleita lascivamente con
el olor de las heridas de la muerte.
Los lugares comunes de la
belleza se rebelan y el cuerpo venerado, prehistórico de un
cetáceo es entonces mapamundi,
recipiente indirecto y expansión de un tránsito vedado: en el interior de una
ballena viaja la mercancía que sostiene los sueños de cualquier obrero del
Narco disfrazado de defensor (animal corrompible) de la Nación.
La
cocaína se llama Ballena, la fábula
del hombre que aprendió a volar sólo realiza su moraleja bajo la condición de
que sea en mil pedazos, el idealismo del paraíso se reduce a la fundación de un
supermercado y la sangre (como en el título de la novela emblemática de Capote)
es fría, aséptica, blanca.
Entre
el cinismo y el civismo media tan sólo una letra y la obra
cuenta desde distintas posturas la estrechez de ese espacio en el que los
valores se prostituyen hacia su contrario, a partir de Clara-Judith, su madre y
Edward quienes protagonizan esta particular Lolita o road-movie
del crimen organizado.
En
la sociedad imposible de vivir reina la inutilidad y el intento de enumerar los
asesinatos impunes que ahí se cometen es equiparable al intento de una persona por
medir con una regla aquello que Luis Aragón llamó “la patria de los pájaros”:
vasto e infinito es el anonimato como los confines invisibles del cielo. El
desaliento muta entonces en la susodicha poesía cínica, que sale disparada en
frases-verso lacerantes provenientes de la subjetividad resentida de personajes
apáticos, apátridas, ciclados en el delirio de la devastación.
El escrito de Ángel
Hernández es un dédalo-interrogatorio sin salida, una Aproximación al interior del ethos
que circunda a la milicia ¿Qué puede haber en la imaginación de un soldado
que acata, estorba, aniquila, desperdicia su destino como un perro adentro de
esta guerra de estupefacientes? ¿Cuál será la herencia moral hacia su progenie
y cómo en esa descendencia se encuentra aleccionada, traumatizada la brutalidad
?¿Qué enfermedad de la fuerza hará que Edward desee convertir a un perro que
inicialmente aparenta ser un mamut en un perro
rata? ¿Cuál es el limbo entre lo
lícito y su profanación cuando el mundo se pisa con las botas de un soldado en
la sociedad-mirador imposible de vivir?
En la ciudad a nadie le
lastima el dolor ajeno y funciona más bien como propulsor para evasores e
indiferentes que se engañan y se curan del impacto en una rutina del escapismo.
En la ciudad los
lastimados también quisieran entonces huir hacia otra imposibilidad vaciada,
hecha de principios desconocidos: fugarse al espacio sideral como astronautas –utopía y platonismo del
personaje de la madre- para vagar dulcemente por la nada del
espacio, nulificar el mundo desgastado ya de nosotros y explorar así otras
credulidades planetarias con las cuales volver a inventar y practicar la
ilusión que tenemos de lo humano.
Shaday Larios
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