-El invierno sacude
las ciudades. Alguien dijo que el invierno es comparable a la vejez del tiempo…
bueno, se han dicho en realidad tantas cosas y al final resulta que todo aquí,
en esta ciudad, es una estúpida mentira. En cualquiera de los casos aquí solo
hay por el momento invierno, y más allá del invierno ruinas… y mas allá de las
ruinas nada… o quizás algo, pero no lo sabemos, en buena medida por que nadie
se anima a moverse de su sitio, por más que conforme pasan los días, pierda
comodidad y gracia… la ciudad ha quedado vacía y el vacio es comparable a
desayunar sin jugo de naranja o quedarte sin teléfono celular... ¿Me escuchas?
-Papá, contaba la
historia del hombre que aprendió a volar en mil pedazos.
-Cuéntala, ya ves que
no he sido bueno jamás con las historias…
-Un hombre quería volar
y aquel sábado 30 de agosto hubo granada para el desayuno. Papá me contaba esa
historia. El hombre voló en mil pedazos. ¿Quién asegura que fueron mil?
¿Alguien los contó? ¿Alguien conto los pedazos? No. Sin embargo aseguran que
fueron mil y con eso basta. En las historias que cuentan los padres con eso
basta. ¿Quién era ese hombre? ¿De dónde salió? El hombre que aprendió a volar
en mil pedazos salió de la imaginación de un soldado. De un soldado que había
matado accidentalmente a un par de adolecentes, quizá antes de que llegaran a
pasar un domingo por la tarde en el mar. Luego el soldado guardo silencio.
Camino hacia el sitio donde se encentraban los cuerpos y ayudo a sacarlos del
auto, para tenderlos sobre la carretera como si la carretera fuera la orilla
del mar. Luego encendió un cigarrillo y pensó en volar. Luego pensó en la
historia de un hombre que como él, a momentos sentía la necesidad de volar en
mil pedazos. Es decir: hacerse explotar.
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